Hoy volaría a Cuba

Hoy volaría a Cuba para impartir por segundo año el taller de cine experimental en la maestría en documental de la Escuela Internacional de Cine y Television EICTV. Durante estos meses de cuarentena he soñado varias veces que estoy ahí.

Hace unos días tuve un sueño en el que me sentaba a hablar con Birri en la banca que aparece en la foto. Los moscos estaban insoportables. Me costaba trabajo concentrarme en sus palabras, mientras que él y la nube de insectos eran una sola presencia. Entre zumbidos, me decía que era urgente imaginar otra escuela de artes para el mundo en crisis, que desde ahí se habría de diseñar otro presente, que Latinoamérica era el sitio para impulsar este movimiento. También me decía que le diera una oportunidad a Gabo, que no era tan pesado como parecía. Me preguntaba por qué me vestía todo de negro.

Soñé también entrenar al amanecer en su maravillosa alberca, como pude hacerlo en mi segunda visita el pasado otoño, esa semana fugaz para conducir el taller de archivística documental. O que paso la noche preparando fórmulas que no entiendo en el cuarto oscuro. Hasta he soñado que desayuno varias porciones de su postre de guayaba y al despertar, tengo ese cosquilleo en el paladar. Hace poco vi la convocatoria a la nueva generación y eso me hizo muy feliz. Es un sitio que debe permanecer abierto a toda costa.

Durante mucho tiempo soñé con conocer ese lugar. Recuerdo que cuando me llegó la invitación para dar clases, no lo podía creer. Fue uno de los momentos que me permitió revalorizar el trabajo de más de una década en los márgenes; apostar a una carrera de experimentación fuera de muchos circuitos me hacía sentir que el esfuerzo era en vano. Esa invitación cambió mi percepción. Hoy sigo creyendo que lugares como esos se deben amar y defender hasta el final. Espero poder visitar la Finca San Tranquilino y soñar desde allá, rodeado de seres de luz, más pronto de lo que ahora aparenta posible. Hoy, más que nunca, espacios como la escuela de todos mundos son necesarios.

Hoy no volé a Cuba, país donde pese a todo lo que se ha hecho en su contra durante décadas, cierra esta semana sin muertes registradas por el virus que parece confirmar la fragilidad del proyecto civilizatorio del perverso norte. No volé, estamos encerrados en casa y al despertar, me encontré con un pequeño texto de Agamben en el que se lamenta sobre la fractura de las comunidades estudiantiles, las ciudades semidesiertas que extrañan el bullicio de los estudiantes, la desarticulación de la Universidad como sitio de encuentro, e imagina una resistencia que pueda reinventar los espacios de exploración, pensamiento y descubrimiento que son las universidades. Y pienso, de nuevo, en esta isla dentro de la isla como un gran faro, una inspiración. Hoy, más que nunca, hay que recordar que ese lugar que decían que no podía existir, encontró formas de conquistar el mundo y, contra todo pronóstico, resiste.

Hoy volaría a Cuba. Los libros de historia contarán por qué todos nuestros planes cambiaron en 2020. Y aunque no volé a Cuba, todavía me quedan los sueños.